El río Curueño |
Desde las cumbres de la cordillera, los valles se adivinan hermosos, tupidos bosques, gargantas labradas por el agua, hoces y colladas, hasta alcanzar la ribera, cuando el agua camina mansa en busca de su desembocadura.
Un paisaje de ensueño seria su definición más acertada, surcado por todo tipo de aguas: manantiales, regatos, afluentes, las correntías de los ventisqueros y la quietud de las lagunas glaciares, cuya suma de aguas forman el astur “Curenno flumen”.
El encadenamiento de sierras y picos, desfiladeros, cursos de agua, crestería caliza, hayedos, robledales, bosques mixtos o vegas bordadas de alisos y salgueras constituyen una antología del paisaje, en todas las manifestaciones de belleza natural. Son uno de los más importantes activos del territorio, bajo los prismas de la biodiversidad y el atractivo que debe encauzar la promoción turística.
En su curso hacia la desembocadura encontramos cuatro municipios bien diferenciados pero con el denominador común de las aguas en que se miran.
El nacimiento del río, se sitúa en el puerto de Vegarada, municipio de Valdelugueros, que linda con el Concejo asturiano de río Aller. Forman parte de la comarca de Los Argüellos, o primitivo Concejo de Arbolio. Fue territorio de realengo y todos sus habitantes tuvieron la condición de nobles, por expreso privilegio de los reyes.
Cola de caballo en las Hoces |
En el centro se sitúan los municipios de Valdepiélago y La Vecilla, cuyos términos pertenecieron a La Real Encartación del Curueño, entidad que no tiene precedente en toda la Comunidad de Castilla y León. La Encartación fue durante algunos siglos territorio del señorío episcopal de León, y a partir del XVI pasó a ser de realengo.
El municipio de Valdepiélago participa de la montaña y la ribera. Junto a enclaves que semejan nidos de águilas, como Valdorria o Correcillas, otros pueblos se asoman ya a la suavidad de la planicie, cobijándose en suaves valles a la orilla del Curueño.